Hacen falta como mínimo tres días para dar cabida a todo lo que Atenas, el corazón de Grecia, tiene que ofrecer. Uno de ellos se lo llevará íntegramente el emblema por excelencia de la capital –y del país–, su Acrópolis. Los dos restantes, los repartiremos entre los restos arqueológicos que acompañan la subida al mirador más famoso de la civilización griega, las callejuelas de sus barrios más longevos –y encantadores–, el museo que alberga las famosas Cariátides, el templo de Zeus y el Ágora Antigua, entre otros. Nos faltan horas y nos sobran ganas. ¿Comenzamos?
A la conquista de la Acrópolis A primera vista, la que fuera protectora de Atenas, parece inexpugnable. A medida que avanzamos en nuestro ascenso a la «ciudad alta» –lo que literalmente significa el término «acrópolis» en griego–, la gesta de conquistar esta planicie en las alturas deja de ser odisea para convertirse en un canto de sirena que nos atrae sin remedio. Por el camino, el Museo de la Acrópolis y sus valiosas reliquias, el Teatro de Dioniso o el Odeón de Herodes Ático van saciando nuestras ganas de vestigios. Al final del trayecto nos esperan el Partenón y su aura intrigante y magnánime a la vez, el Erecteion con sus archiconocidas Cariátides y el templo de Atenea Niké, además de los Propileos.
De barrios, ágoras y otros miradores Dicen que el antiguo barrio de Plaka, uno de los primigenios, se lleva la palma en belleza y turistas. Razones no le faltan: calles empedradas, ambiente tranquilo e íntimo y una estética inconfundible concentrada en calles como Lisiou y Mniseklous. Junto a él, el pintoresco barrio de Anafiótica es la antesala perfecta para descubrir otro de los imperdibles cuando viajes a Atenas: el Ágora, el antiguo centro sociopolítico de la capital, dominado por el templo de Hefestión. Para la puesta de sol, elegimos la colina de Filopapo, enfrente del Partenón.