Cuando viajes a Sevilla verás que no le hacen falta sevillanas para conquistarte. Lo hará con el redoble de campanas de la Giralda, el campanario de su catedral –construida sobre una antigua mezquita–, con el taconeo en un tablao de Triana o el olor a azahar de los callejones y plazas del antiguo barrio judío de Santa Cruz. A un lado y otro del Guadalquivir, estos dos barrios concentran los imprescindibles de una ciudad que encandila en cualquier época del año. Una original forma de iniciar nuestra ruta es en las famosas «Setas» –una invertebrada interpretación del disruptismo urbano– y con el skyline hispalense de fondo al atardecer. Desde aquí, pondremos rumbo a la catedral atravesando la calle Sierpes y la plaza del Salvador, punto de encuentro imperdible a la hora del aperitivo. Junto a nuestro destino y su particular minarete, la Giralda, tienes el Real Alcázar, el Archivo de Indias y, ya llegando al río, la Torre del Oro.
Dejamos atrás el Puente de San Telmo y seguimos la verita del río hasta toparnos con la frondosidad del Parque de Mª Luisa, un jardín histórico que formara parte del Palacio de San Telmo y que hoy oxigena a la ciudad con su vegetación y su entramado de senderos interrumpidos por estanques, fuentes y plazas como la de América, donde se encuentran el Museo Arqueológico de Sevilla y el de Artes y Tradiciones Populares. Justo delante de esta maravilla donada por la reina homónima a a los sevillanos, se ubica una de las plazas más bonitas de España: la Plaza de España. Date un romántico paseo en barca, asienta posaderas en el banco de tu provincia o simplemente contempla la belleza de sus arcos, su mampostería y sus azulejos, una obra de arte erigida con motivo de la Exposición Iberoamericana de 1929. Y para ponerle la guinda a una jornada con mucho arte, cruzamos el río para adentrarnos en lo más profundo del flamenco, un arte que echa raíces en los tablaos del barrio de Triana, donde, entre vino y vino, seremos testigos de un espectáculo lleno de embrujo.